Camilo Rivera Guevara (18878-1955). Foto Evelio Inestroza |
Don Camilo
Don Camilo Rivera Guevara nació en Jesús de Otoro, Departamento de
Intibucá, el 21 de julio de 1878, para convertirse en uno de los más ilustres
hombres que ha producido la tierra intibucana y nuestro país. A pesar de haber
venido al mundo en un pueblo rural y con un casi nulo desarrollo cultural, Don
Camilo supo aprovechar al máximo los conocimientos adquiridos en la vieja
escuela primaria de su tierra natal, demostrando, desde entonces, sus grandes
cualidades intelectuales y su amor al estudio y la sabiduría. Sus padres, Don
Guillermo Rivera y Doña Teresa Guevara, eran dos humildes ciudadanos que se
esforzaron por encauzar adecuadamente las inquietudes de su hijo.
Dadas las adversidades que para la juventud había en casi todos los
pueblos de nuestro país, Don Camilo no pudo asistir a un colegio de segunda
enseñanza, pero esto no impidió para que, una vez situado en el abrevadero
intelectual de los libros, pudiera desarrollar una extraordinaria
intelectualidad que se puso al servicio de la patria y del engrandecimiento de
su patrimonio cultural.
Don Camilo supo destacarse como uno de los más extraordinarios músicos y
filarmónicos de nuestro país, habiéndose desempeñado como maestro en los
establecimientos de enseñanza primera y media para transmitir a la juventud
hondureña el bello arte de la música.
Las circunstancias en que Don Camilo llegó al dominio del arte musical
son realmente interesantes, porque contrastan con la realidad actual. Según
José Nery Fiallos, en su libro APUNTES
HISTÓRICOS DE JESÚS DE OTORO, siendo alcalde
municipal de Jesús de Otoro don Antonio Salazar, éste se interesó por dotar a
su pueblo de una banda musical, habiendo seleccionado, entre otros, a Camilo
Rivera Guevara, a Mariano Guevara, a Céleo Salvador Medina y a Adán Canales
para integrar el conjunto, el cual estaría bajo la dirección de don Florencio
Reina, proveniente de Santa Rosa de Copán. Cuando la banda había realizado
algunos progresos, el gobernador político de Intibucá, con sede en La
Esperanza, don Daniel Orellana, la invitaba con alguna frecuencia a dar
conciertos en el parque de la cabecera departamental pero, para dotarla a la
Esperanza de aquél conjunto musical, el gobernador político tomó la
decisión de reclutar a los integrantes de la banda trasladándolos militarmente,
con todo y sus instrumentos, y obligándolos a permanecer en el servicio activo
militar por algún tiempo, hasta que algunos optaron por desertar, quedándose en
el cuartel solamente el director de la banda que para entonces era ya Don Camilo,
quien, desde esa fecha, se quedó a vivir allí.
Don Camilo se desempeñó como director de la Banda Militar de la
Esperanza, hoy desaparecida con el progreso, como director de la Banda Militar
de Amapola, director de la Banda Militar de Gracias, director de Banda Militar
de San Pedro Sula, director de la Banda Militar de Santa Rosa de Copán, oficial
mayor, con funciones de sub director, de la Banda de los Supremos Poderes,
inspector de Música de las Escuelas primarias del departamento de Intibucá y
profesor de música en los Institutos José Trinidad Reyes, de San Pedro Sula, y
Departamental del Occidente de la Esperanza.
Como maestro siempre supo transmitir su conocimiento musical a los
jóvenes estudiantes, habiendo organizado, con ellos, pequeñas orquestas de
cámara con las cuales interpretaba, en conciertos públicos, obras de los
autores inmortales de la música, otras de compositores hondureños y
centro-americanos y sus propias composiciones.
La alta formación intelectual y patriótica de Don Camilo lo llevó a
polemizar públicamente a través de los periódicos de la época sobre la pureza
del Himno Nacional, la que defendió hasta su muerte, acaecida en La Esperanza,
cuando tenía 77 años de edad, dejando, a las generaciones jóvenes, un ejemplo
de tenacidad y alto esfuerzo.
Trabajaba, en La Escuela Esteban Guardiola, de La Lima y, mientras
revisaba los libros que ahí había coleccionado amorosamente Don Ibrahim Gamero
Idiáquez, me encontré con un volumen escrito por un musicólogo ruso que realizó
una gira por América Latina, por encargo de la Casa Editora de Música de
Philadelfia[1]; en este panorama de la
música latinoamericana, en el apartado dedicado a Honduras, se resalta el
nombre de Don Camilo, como uno de los compositores hondureños más serios.
Muchas de sus obras fueron recopiladas por este musicólogo y se encuentran
archivadas en la musicoteca de esta casa norteamericana de Philadelfia, en
donde podríamos, los hondureños, obtener copias, no sólo de los trabajos
musicales de Don Camilo, sino de los demás compositores hondureños
seleccionados en ese Informe. Otras obras de Don Camilo anduvieron bajo el
brazo de su hijo Alfredo, también talentoso ejecutante del violín y compositor
de bellos valses, como el que le oí: A Lucila.
Actualmente hay una biblioteca con su nombre en el Instituto
Departamental de Occidente, de La Esperanza, pero su obra es desconocida
porque, gracias a la penetración cultural a la que estamos sometidos, nos hemos
olvidado de nuestros valores patrios para sustituirlos por otros que no tienen
nada que ver con nuestra historia, nuestra cultura y nuestra idiosincrasia.
Ahora en La Esperanza, aquel hermoso conjunto que ejecutaba música
selecta a los habitantes de esa ciudad ha desaparecido, ha sido sustituido por
las “disco móvil”, a pesar de los grandes esfuerzos que hoy realiza, como un
redivivo Quijote, un valioso hombre de la tierra intibucana, el Ingeniero y
maestro Dagoberto Napoleón Sorto Cisneros, quien ha librado, con grandes
esfuerzos y con altos y bajos, organizar un conjunto llamado Camilo Rivera
Guevara, que ya ha provocado, en muchas ocasiones, el deleite de los habitantes
de La Esperanza y una remembranza de los viejos tiempos en lo que, con su
batuta, Don Camilo dirigió su orquesta y engrandeció, con su música, a
Honduras.
Víctor Manuel Ramos. Tiempo, 8 de octubre de 1988
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