martes, 28 de enero de 2014

HELENA LEIVA DE HOLST, MITAD ANTORCHA, MITAD MUJER




No se si su nombre se escribía con h o sin h. Pompeyo del Valle, lo escribía con h, y Pompeyo la conoció y amó su fuerza desmedida. Mujer guerrera, mujer roca, mujer antorcha. Todos los ríos pasaban por su sangre, todas las tempestades también. Hoy, su nombre es un recuerdo olvidado que sangra para no morir.
La primera persona en mencionármela, fue Gracielita Bográn; fue una tarde apacible en San Pedro Sula. Mujer sabia, mil veces viva. Hoy gracias a mi amigo, el joven genealogista santabarbarense, Erick Toro, he logrado alumbrar los confines de su vida. Nació esta mujer atemperada en Santa Cruz de Yojoa, un 5 de octubre de 1897. Hija de Emilio Leiva y Florinda Ferrera. Nieta de un expresidente hondureño: Ponciano Leiva. Ya en su adolescencia, marchose a San Pedro Sula a continuar sus estudios. Viviendo allí contrajo matrimonio con el empresario norteamericano, Henry Holst. La felicidad y la alegría le duraría poco, pues debido a su ideología progresista, salió exiliada a Guatemala, país que vivía una explosión democrática con el naciminto de la Revolución de 1944, que había despojado del poder al dictador Jorge Ubico. Viviendo allí, experimentó el goce revolucionario de la libertad; cuenta una anécdota  que en su casa se hospedó un joven revolucionario cuyo nombre, años dspués estremecería el mundo. Ernestos Guevara, quien había recalado en Guatemala a su paso hacia Méjico, donde se uniría a la guerrilla Castrista. Al caer la Revolución guatemalteca, Helena (con H), regresa a Honduras y fija su residencia en San Pedro Sula, ciudad donde se reencontraría con su familia y la paz de su lucha. Tuvo dos hijos: Henry y Detlef, quienes viven en Estados Unidos hoy. La muerte la sorprendió el día 23 de agosto de 1978. Queden estas palabras como un recuerdo florecido a su memoria.








Helena con sus hijos y la poetisa Mercedes Laínez, en Tela



1 comentario:

  1. Invitación al camino – Ernesto Che Guevera
    Para Helena Leiva de Holst
    Hermana, falta mucho para llegar al triunfo
    Diciembre de 1954

    Hermana, falta mucho para llegar al triunfo.
    El camino es largo y el presente incierto;
    ¡el mañana es nuestro!
    No te quedes a la vera del camino.
    Sacia tus pies en este polvo eterno.
    Conozco tu cansancio y tu desazón tan grandes;
    sé que en el combate se opondrá tu sangre
    y sé que morirías antes que dañarla.
    A la reconquista ven, no a la matanza.
    Si desdeñas el fusil, empuña la fe;
    si la fe te falla, lanza un sollozo;
    si no puedes llorar, no llores,
    pero avanza, compañera,
    aunque no tengas armas y se niegue el norte.
    No te invito a regiones de ilusión,
    no habrá dioses, paraísos, ni demonios
    —tal vez la muerte oscura sin que una cruz la marque—.
    Ayúdanos hermana, que no te frene el miedo,
    ¡vamos a poner en el infierno el cielo!
    No mires a las nubes, los pájaros o el viento;
    nuestros castillos tienen raíces en el suelo.
    Mira el polvo, la tierra tiene
    la injusticia hambrienta de la esencia humana.
    Aquí este mismo infierno es la esperanza.
    No te digo allí, detrás de esa colina;
    no te digo allá, donde se pierde el polvo;
    no te digo, de hoy, a tantos días visto...
    Te digo: ven, dame tu mano cálida
    —esa que conocen mis enjugadas lágrimas—.
    Hermana, madre, compañera... ¡Camarada!
    este camino conduce a la batalla.
    Deja tu cansancio, deja tus temores,
    deja tus pequeñas angustias cotidianas.
    ¿Qué importa el polvo acre?, ¿qué importan los escollos?
    ¿Qué importa que tus hijos no escuchen el llamado?
    A su cárcel de green-backs vamos a buscarlos.
    Camarada, sígueme; es la hora de marchar...

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